De él dijo García Marquez que era «el que moja el agua», lo han definido como «el gitano rubio» o «el genio del compás» y de lo que no cabe duda es de que el cante de la segunda mitad del siglo XX no se entendería sin él. El Lebrijano unió a puristas e innovadores. Le robó textos a Caballero Bonald o al nobel colombiano y consiguió lo más difícil todavía, mezclar la cultura árabe y la andaluza con la Orquesta Andalusí de Tánger.
El miércoles 13 hacía mucho calor en Lebrija. Nadie se esperaba la muerte de su hijo predilecto. A pesar de ello el operativo se puso en marcha para que en cuestión de horas todo estuviera preparado, el traslado, la capilla ardiente, la parroquia, el cementerio y sobre todo el pueblo. Las autoridades quisieron estar allí todas, desde la Presidenta de la Junta hasta el Delegado del Gobierno en Andalucía y sobre todo el mundo del flamenco que perdía a un amigo y a un maestro.
Cliquette me lo ha definido como un gran maestro, Patricia Vela como un ejemplo de vida, la alcaldesa de Lebrija como su mejor embajador, su hija Ana como el padre cercano, su hermana María como su otra mitad y su viuda Pilar como su vida.
Dicen que de tal palo tal astilla. Y así es. Sus hijos Juan y Ana no pueden ser más cercanos. Todavía están perplejos. Me contaban que su padre padecía desde hacia años una afección pulmonar, pero que su corazón comenzó a resentirse tan sólo hace un mes. Tras colocarle unos estens los médicos le daban el alta el lunes y el miércoles a las seis de la mañana moría. Su mujer Anita, todavía no se lo cree. Me contaba entre sollozos como moría en su casa y en sus brazos de un repentino infarto de miocardio
Juan hubiera disfrutado en su entierro. Uno de los momentos más emotivos fue cuando en la capilla ardiente Pedro Peña, Faisán y Amir interpretaron su famoso tema «Dame la libertad». Como respuesta los allí presentes tocaron las palmas por bulerías ante el féretro cubierto por la bandera gitana, la de Lebrija y la de Andalucía, no en vano Juan Peña fue medalla de Andalucía en 1986.
Después el cortejo fúnebre con el ataúd al hombro se trasladó hasta la parroquia de Nuestra Señora de la Oliva donde se ofició o el funeral en el que otro lebrijano, en este caso José Valencia cantó las bienaventuranzas. El padre Andrés recordó la defensa que siempre hizo El Lebrijano del pueblo gitano y destacó sus silencios, esos silencios del interior que tanto gustaban al cantaor.
Por último el cortejo llegó hasta el cementerio Viejo de Nuestra Señora de la Oliva donde los restos mortales del Lebrijano fueron enterrados junto a sus padres Bernardo y María. Juntos, los tres Perrates, llenarán ahora el cielo de compás.