
Si en Andalucía existen un cúmulo de sensaciones, esas son las de Semana Santa. El otro día un compañero mío me dijo que no comprendía las lágrimas de los hermanos cuando su cofradía no podía salir a causa de la lluvia. Quizá sea necesario ser de esta tierra para entenderlo, pero aún así, intenté explicárselo.

¿Sabes lo que es estar esperando todo un año para cumplir una ilusión? Más de mil nazarenos, preparando capirotes y planchando túnicas, unos sesenta costaleros, con sus correspondientes ensayos y traslados, el arduo trabajo de la Junta de Gobierno de las Hermandades y sus priostes preparando las imágenes y los pasos, las bandas con los ensayos…y en definitiva, el fervor de todo un barrio. Sin hablar, si hay que irse a lo material, del consiguiente perjuicio económico. Una ilusión que sólo puede hacerse realidad un día, y ese preciso día llega la dichosa lluvia y lo estropea todo.

Tres años, que se dice pronto, es lo que llevan muchas cofradías sin poder hacer estación de penitencia, como la del Cachorro, y este año la imagen de mirar al cielo vuelve a repetirse. Está claro que el tiempo y la Semana Santa no se llevan bien. El primero, fugaz y cambiante. La segunda inamovible y ritual. ¿Será que a Jesús no le gusta que lo paseen por las calles rodeado de riquezas? Me he preguntado en más de una ocasión. Porque siempre llueve en Semana Santa, caiga donde caiga.




Da igual !el barroco en esta tierra está hecho para que lo paseen por las calles! es parte de nuestra cultura. Angostas cuestas y amplias avenidas en las que se mezclan lo devoto y lo pagano, el sentimiento y la cerveza, la tristeza y la alegría. Todo ello envuelto en una suma de imágenes , olores y sonidos que nos remontan siempre a tiempos pasados…Y este año vuelve a repetirse.